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El interior de las ciudades también se va resquebrajando: se permite la tercialización del centro, la desestructuración de los barrios, el dominio del automóvil frente al ciudadano. La calle se vuelve un lugar desagradable por los ruidos y humos, un lugar donde sólo se puede transitar deprisa.
Así, el proceso de destrucción, de ruptura, de dispersión se retroalimenta porque la población es expulsada del interior de la ciudad por diversos motivos - precios muy altos de vivienda, degradación y baja calidad ambiental - y se van a vivir a la periferia y vienen sólo a trabajar al interior de la ciudad y se acrecienta la necesidad de transporte y se va acrecentando la degradación de la calle que tiene que acoger los coches de esta población que se fue a vivir lejos. Y, además, la ciudad se va deshumanizando por la pérdida de vida vecinal y la calle se vuelve peligrosa.
“La necesidad de reconstruir el espacio cotidiano surge porque este modelo urbano, esta ciudad a trozos, este espacio desperdigado no funciona, es como una máquina rota. Una máquina ineficaz en la que se invierte cada vez más tiempo y energía y no resuelve o facilita las necesidades básicas de sus habitantes: Necesidades de accesibilidad, sociabilidad y, en definitiva, lo que se puede considerar calidad de vida [1] “.
[1] CHOAY, Françoise (1965) - L'urbanisme utopies et realités - El urbanismo utopías y realidades - Edición Española - Traducción Luis del Castillo (1970) Editora Lumen, Pág. 392 y 402 - 406.
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