En 1628, hubo una gran revolución científica (De motu cordis – William Harvey), que cambió toda la interpretación del cuerpo con sus descubiertas sobre la circulación de la sangre – su estructura, estado de salude su relación con el alma, dando origen a un nuevo modelo de conocimiento del corpo humano. Lo que Harvey descubrió, fue que el corazón bombea la sangre, a través de las arterías del cuerpo, recibiéndolo de vuelta por las venas, para nuevamente ser bombeado. Eso coincide con el surgimiento del urbanismo moderno, que también provocó una gran transformación social: el individualismo. En cima de todo, el hombre moderno es un ser humano móvil.
“Adam Smith, fue el primer a reconocer que las descubiertas de Harvey llevarían a eso, imaginando un mercado libre, laboral y de mercancías, operadas de modo parecido a la circulación de la sangre y capaz de producir idénticas consecuencias.”[1] El homo economicus, especializado, podría moverse por toda la sociedad, explotar poses y habilidades ofrecidas por el mercado, pero siempre a un precio. Hoy, ese principio general, viene sendo aplicado a las ciudades, entregues a las exigencias del tráfico y al movimiento acelerado de las personas. Ciudades llenas de espacios neutros, que sucumbieran a la fuerza mayor de la circulación.
Los enlaces entre la ciudad y esa “nueva anatomía”, establecerán se concretamente, con nuevas descubiertas sobre la piel - Enest Platner, en los años 1700, decía que el aire es como la sangre, debiendo recorrer el cuerpo y la piel es la membrana que le permite respirar. La nueva cultura de facilitar las funciones respiratorias y circulatorias transformó el panorama de las ciudades y alteró los métodos de aseo personal de los ciudadanos.
A partir de los años 1740, los grandes centros europeos, pasaron a cuidar de la limpieza urbana, drenando los charcos, anteriormente llenos de orina y heces, creando las redes de alcantarillados. Dichos cambios, fueran acompañados por leyes de salud pública[2]. Palabras como “arteria” y “vena”, fueran introducidas en el vocabulario urbano del siglo XVIII, aplicadas a proyectistas que utilizaban el sistema sanguíneo como modelo para el tráfico.
“Adam Smith, fue el primer a reconocer que las descubiertas de Harvey llevarían a eso, imaginando un mercado libre, laboral y de mercancías, operadas de modo parecido a la circulación de la sangre y capaz de producir idénticas consecuencias.”[1] El homo economicus, especializado, podría moverse por toda la sociedad, explotar poses y habilidades ofrecidas por el mercado, pero siempre a un precio. Hoy, ese principio general, viene sendo aplicado a las ciudades, entregues a las exigencias del tráfico y al movimiento acelerado de las personas. Ciudades llenas de espacios neutros, que sucumbieran a la fuerza mayor de la circulación.
Los enlaces entre la ciudad y esa “nueva anatomía”, establecerán se concretamente, con nuevas descubiertas sobre la piel - Enest Platner, en los años 1700, decía que el aire es como la sangre, debiendo recorrer el cuerpo y la piel es la membrana que le permite respirar. La nueva cultura de facilitar las funciones respiratorias y circulatorias transformó el panorama de las ciudades y alteró los métodos de aseo personal de los ciudadanos.
A partir de los años 1740, los grandes centros europeos, pasaron a cuidar de la limpieza urbana, drenando los charcos, anteriormente llenos de orina y heces, creando las redes de alcantarillados. Dichos cambios, fueran acompañados por leyes de salud pública[2]. Palabras como “arteria” y “vena”, fueran introducidas en el vocabulario urbano del siglo XVIII, aplicadas a proyectistas que utilizaban el sistema sanguíneo como modelo para el tráfico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario