Texto extraído do trabalho acadêmico sobre a caminhabilidade, realizado no período de docência (2005) do Doutorado no DUyOT/ETSAM/UPM.
Sabemos que hasta el siglo XVIII "la calle" era un lugar polivalente, heterogéneo, con pluralidad de usos, donde se encontraban los pobres con los ricos, las pequeñas tiendas con los artesanos y las casas se abrían hacia ese espacio público, que era de dominio de todos. Los niños jugaban en la calle, todos los niños y así aprendían la vida con toda la riqueza del continuo descubrir en un espacio polifacético.
Pero fue el "niño rico" el que primero abandonó la calle como escuela de vida para entrar en la escuela, considerada como espacio cerrado puertas adentro, donde se iba a impartir otro tipo de enseñanza. Además su aprendizaje de vida social lo realizaría a nivel privado, las áreas de la casa, la vivienda amplia le solucionaría los lugares de encuentro, y además seleccionar sus relaciones sociales.
Para el "niño pobre" la calle siguió siendo por mucho tiempo su escuela, pues además su espacio íntimo minúsculo, su vivienda, no le va a permitir tener intramuros una vida social.
La calle, mientras tanto, pierde su protagonismo como lugar de encuentro, de enfrentamiento, de espejo conjunto de uno mismo y de vida heterogénea en común. Su significado como ágora se desvirtúa, se segregan sus usos, y la aparición del automóvil va a contribuir a la pérdida de todos aquellos contenidos que favorecían una vida comunal, ya no es un espacio colectivo, con propia identidad; ese poder que la caracterizaba como ágora desaparece, y el vacío de poder resultante va a convertirse en el intento de las distintas fuerzas por apropiarse de él.
La "calle" considerada como elemento vivo, como motor de la vida, ha de ser tratada en todas sus dimensiones de producción. Y si esa energía de producción no tiene una descarga (en beneficio de una comunidad), si permanece en estado de inhibición, aparentando una sordidez, ese desequilibrio se vuelve contra sí misma, creando mecanismos de autodestrucción. Así, "la calle", que no es sino un lugar de paso ( y no un lugar de encuentro, de encontrar, de ir descubriendo; en resumen, de crear), un aparcamiento de coches, un peligro continuo para el peatón.
Si no creamos mecanismos de autodefensa de esa institución "elemento-calle-lugar de encuentro-creación colectiva-transformación viva-de identidad cultural", y si no protegemos esos mecanismos, se convertirán irremediablemente en mecanismos de autodestrucción. De ahí, la importancia y la responsabilidad que los gobiernos locales tienen de promocionar, alentar y colaborar con todas las actividades que surgen de las vidas de los barrios; pero nunca, en plan paternalista.
La falta de participación en el desarrollo, en la evolución de la ciudad, ese aislamiento de muchos grupos hacia "la calle", o ese rechazo de la propia "calle" hacia otros grupos, va producir una apetencia de dominio de ese espacio público degenerado que se va a evidenciar de distintas maneras.